sábado, 19 de mayo de 2012

LO QUE LA CIENCIA Y EL OFICIALISMO OCULTAN, PARTE 2: LA GENEROSIDAD DEL INDÍGENA


Cuando llegaron los europeos a América en el siglo XVI, en muchas regiones de América los amerindios cultivaban una gran diversidad de plantas y árboles, lo cual los situaba entre los centros mundiales más importantes de domesticación de plantas.
Perú, patria de la papa, actualmente importa esta legumbre de los Países Bajos. Sin embargo, antes de la llegada de los españoles los habitantes del valle del Urubamba, cuna del imperio inca, cultivaban más de un centenar de variedades. Las ruinas que se extienden desde Machu Picchu hasta Cuzco son prueba de su brillante pasado agrícola: vestigios de almacenes en forma de torres en la cumbre de las montañas que denominan los asentamientos de viejos poblados: canales de irrigación que, en otro tiempo, traían el agua fresca desde arriba y que ahora están en ruinas llenos de fango y piedras pequeñas. Este valle- en el que apenas hace 50 años se podían divisar innumerables terrazas cultivadas que extendían su verdor a lo largo de kilómetros y kilómetros- ofrece en nuestros días el triste espectáculo del abandono (como todo lo que tocó la mano de la colonia). De los millones de campesinos que lo habitaban en otros tiempos, actualmente sólo unos miles han encontrado refugio. La caída fue vertiginosa: pocos años de conquista española bastaron para que las enfermedades y en trabajo en las minas de Potosí diezmaran la población casi por completo y para que la prosperidad del fértil valle no fuera más que un recuerdo.
A pesar de la situación en la que se encuentra Perú actualmente, un hecho prevalece: los pueblos de los Andes se cuentan sin duda alguna entre los más grandes experimentadores agrícolas que la historia a conocido. Mucho antes del Imperio inca, los naturales de los altos valles andinos perfeccionaron las técnicas de cultivo que les permitieron aprovechar al máximo el suelo.
Antes de buscar un ambiente ideal para la papa, los peruanos desarrollaron diversos tipos de plantas para diferentes condiciones de suelo, de sol y humedad. Para los campesinos de los Andes, la diversidad fue el elemento más importante en el desarrollo de la agricultura. Las papas, por ejemplo, tenían diferentes formas, texturas y colores: algunas eran redondas, otras ovaladas o nudosas… pero los antiguos agricultores no buscaban la diversidad por un simple placer estético; habían comprendido rápidamente que las diferencias de forma y color correspondían a otras variaciones más sutiles. Unas clases maduraban rápidamente y otras con mayor lentitud; esta era una característica muy importante cuando se sabe que el período de crecimiento de una planta varía según la altitud, el grado de humedad, etc…
Lo que es útil para el cultivo de la papa, lo es para el del maíz. Tenían mas de una docena de variedades. Ciertas mazorcas maduraban en 60 días, otras requerían muchos meses. Algunas variedades crecían en regiones que recibían bastante agua como el altiplano de México o la Florida, y otras en los desiertos, como el noreste de México. Sea en las montañas sea en las planicies, el maíz fue cultivado en todas partes: desde Canadá hasta América del Sur.
Los campesinos amerindios pudieron crear y mejorar un gran número de variedades gracias al conocimiento profundo y práctico de la genética de las plantas, adquirido a través de generaciones. El maíz, por ejemplo, no crece en estado silvestre. Para que las mazorcas se formaran, los primeros horticultores mesoamericanos debían fertilizar a mano cada planta, depositando el polen sobre las finas inflorescencias situadas en la extremidad superior de la mazorca. Experimentando con base en esta técnica, es decir, fertilizando un maíz con el polen de otro que poseía propiedades diferentes, lograron crear nuevas variedades que combinaban las cualidades de las dos plantas madres. Actualmente se llama “hibridación” a este tipo de tratamiento, y hace poco tiempo los científicos empezaron a practicarla a gran escala.
En América del Norte el conocimiento técnico de los amerindios permitió a los colonos ingleses y franceses establecerse en el continente. Los naturales sirvieron de modelo a los campesinos europeos que, enfrentados a una naturaleza desconocida y hostil, comprobaron rápidamente la inadaptación de sus métodos agrícolas tradicionales.
Las tierras del noreste de América estaban cubiertas de selvas densas, con árboles difíciles de arrancar debido a que poseían un red de raíces que hacía imposible el cultivo por hileras, a la manera europea. A pesar de todo, los amerindios lograron sustentarse de la tierra utilizando una técnica simple pero adaptada al medio. Resolvieron el problema de los árboles de una manera muy ingeniosa: arrancaron una porción de su corteza. Privados así de uno de sus elementos protectores esenciales, morían al perder el follaje. La pérdida de las hojas permitía al sol penetrar hasta el suelo. No quedaba entonces más que cultivar entre los troncos muertos. Gabriel Sagard, misionero francés que a principios del siglo XVII permaneció en la región de los Grandes Lagos, describió la manera que los hurones, pueblo de horticultores, sembraban el maíz: “las mujeres limpian bien la tierra entre los árboles y labran paso a paso un espacio o zanja en redondo, donde siembran en cada uno 9 o 10 granos de maíz, que son primeramente seleccionados, limpiados y puestos a remojar durante algunos días en el agua” (Le Grand Voyage du pays des Hurons -1632-, p. 134). Después de unos años de cosechas, los naturales abandonaban los campos para que la selva se regenerara.
Los colonos europeos adoptaron el mismo sistema, pero no dejaron que el bosque se restableciera. Al cabo de cierto tiempo, los árboles caían por su propio peso. De esta manera, los colonos iban ganando terreno al bosque. Las tierras despejadas se convirtieron más tarde en vastos campos de cultivo. Más que por el hacha y el arado, por la adaptación de una técnica amerindia las tierras de países como los Estados Unidos de América pudieron, en primer lugar, ser desmonatadas.