domingo, 20 de enero de 2013

¿QUÉ SON LAS PLANTAS ALUCINÓGENAS?



Muchas plantas son tóxicas, por lo que no es una casualidad que la raíz etimológica de la palabra tóxico, de uso común entre los especialistas, sea toxicón a su vez derivada de arco, cuyo significado original era “flecha envenenada”.
Las plantas medicinales, precisamente porque son tóxicas, pueden aliviar o curar enfermedades. De hecho, popularmente se acepta que el término tóxico implique envenenamiento con resultados fatales. Sin embargo, tal como escribió Paracelso en el siglo XVI: “Todas las cosas tienen veneno, y no hay nada que no lo tenga. Si una cosa es veneno o no, depende solamente de la dosis”.
La diferencia entre un veneno, una medicina y un narcñotico es sólo la dosis. La digital, por ejemplo, en dosis apropiadas es una de las medicinas más eficaces y recomendadas para las afecciones cardiacas; sin embargo, en dosis demasiado altas puede resultar un veneno mortal.
Por extensión, debería decirse que una sustancia animal, vegetal o química, que se ingiere con un propósio no alimentario y que no tienen un notable efecto biodinámico en el cuerpo. Es claro que se trata de una definición muy amplia, una definición que incluiría sustancias como la cafeína, que empleada en su forma normal como estimulante no produce síntomas que verdaderamente sean producto de una intoxicación, pero en dosis altas definiivamente se trata de un veneno peligroso.
Los alucinógenos deben clasificarse como tóxicos porque sin duda provocan intoxicaciones (estados de trance, embriaguez); se parecen, en el amplio sentido de la palabra, a los narcóticos. La palabra narcótico viene del griego narkoyn (entumecer), y etimológicamente se refiere a una sustancia que, sin tener en cuenta cuan estimulante pueda ser en alguna de sus fases de actividad, termina por producir un estado depresivo en el sistema nervioso central. Es este sentido, tambien el alcohol es un narcótico, pero estimulantes como la cafeína no entran en esta definición, pues en dosis normales no provocan depresiones, aunque si son psicoactivos. En español no existe una palabra que englobe narcóticos y esimulantes, como sí la hay en alemán: Genubmittel (medio que produce placer).

 ILUSTRACIÓN:

Hace ya mucho tiempo que la Datura se ha asociado con el culto de Shiva, el dios de la India asociado a su vez con los poderes creativos y destructores del universo. En esta extraordinaria escultura de bronce del siglo XI o XII, proveniente del sureste de la India, se puede ver a Shiva danzando el Anandatan-dava, la séptima y úlima de sus danzas, donde se combinan todos los rasgos de su carácter. Shiva aplasta con su pie derecho al demonio Apasmarapurusa, que es la personificación de la ignorancia. Shiva sostiene con la mano derecha superior un tambor diminuto que simboliza el tiempo a través del ritmo de su danza cósmica, en el campo de la vida y la creación. Su mano derecha inferior se encuentra en la posición abhayamudra, expresando la cualidad de Shiva de guardián del universo. En la mano superior izquierda sostiene una llama que quema el velo de la ilusión. Su mano inferior izquierda, en la posición de gahajasta, apunta a su pie izquierdo levantado libre en el espacio, simbolizando la liberación espiritual. Su cabello está atado con una banda, en la que dos serpientes sostienen un cráneo como ornamentación central; esto muestra los dos aspectos destructores de Shiva: el tiempo y la muerte. A su derecha se puede ver una flor de Datura. También aparecen botones de Datura trenzados con su pelo ondulante.


 Los alucinógenos, hablando en términos generales, son todos narcóticos, aunque no se conoce ninguno que cause adicción o narcosis.
Hay una enorme variedad de alucinaciones: el tipo más común y corriente es el visual, a menudo en colores; sin embargo, todos los sentidos pueden sufrir alucinaciones: visuales, auditivas, táctiles, lfativas y gustativas. Por lo regular una sóla planta alucinógena, como ocurre en el caso del peyote o de la mariguana, provoca distintas alucinaciones.
Los alucinógenos pueden causara psicosis artificiales, lo que dio origen a uno de los términos usados para nombrar esta clase de agentes psicoactivos: psicotomiméticos (que provoca estados psicóticos). No obstante, las últimas investigaciones del funcionamiento cerebral han comprobado que las actividades cerebrales provocadas por alucinógenos difieren fundamentalmente de las que se presentan durante psicosis auténticas.
Estudios recientes han demostrado que los efectos psicofisiológicos son tan complejos que la palabra alucinógenos no alcanza a cubrir toda la gama de reacciones. Por esta razón ha surgido una nomenclatura desconcertante, ya que ninguno de los términos, como phantastica, eidéticos, psicógenos, psicodislépticos, psicotomiméticos, psicodélicos, enteógenos, etc., describe por completo los efectos psicofisiológicos. En europa tales efectos son llamados con frecuencia phantastica.
La verdad es que no hay una sola palabra que delimite este grupo tan variado de plantas psicoactivas. El toxicólogo alemán Lowis Lewin, quien utilizó por primera vez el término phantastica, admite que el término phantastica “no cubre todos los aspectos que hubiera querido”. La palabra alucinógeno es fácil de entender, aunque es importante advertir que no todas estas plantas producen verdaderas alucinaciones. La palabra psicotomimético se emplea frecuentemente, pero no es aceptada por muchos especialistas debido a que no todas las plantas de este grupo producen estados parecidos a la psicosis.
Entre las muchas definiciones que se han ofrecido, la de Hoffer y Osmond es lo suficientemente amplia como para ser aceptada: “los alucinógenos son… sustancias químicas que, en dosis no tóxicas, producen cambios en la percepción, en el pensamiento y en el estado de ánimo; pero casi nunca producen confusión mental, pérdida de memoria o desorientación en la persona, ni de espacio ni de tiempo”.
Basando la clasificación de las drogas psicoactivas en el viejo arreglo de Lewin, Albert Hofmann las divide en analgésicos y eufóricos (opio, cocaína), tranquilizantes (reserpina), hipnóticos (kava-kava) y alucinógenos o psicodélicos (peyote, mariguana y otros). Varios de estos grupos de plantas modifican sólo el estado de ánimo, ya sea calmándolo o estimulándolo; en cambio, el último grupo causa cambios profundos en la esfera de la experiencia, en la percepción de la realidad, incluidos el espacio y tiempo, así como en la conciencia del yo (incluso pueden provocar despersonalizaciones). Sin pérdida de la conciencia, el sujeto entra en un mundo de sueños, que, frecuentemente parece más real que el mundo normal. Es común que los colores cobren una brillantez indescriptible; los objetos pueden perder su carácter simbólico, permanecer independientes y asumir una fuerte carga de significado, ya que parecen poseer una existencia propia.
Los cambios psíquicos y los estados sublimes de conciencia provocados por alucinógenos se encuentran tan alejados de la vida ordinaria que resulta casi imposible describirlos en el lenguaje corriente. Una persona bajo los efectos de un alucinógeno abandona su mundo familiar y actúa según otras normas, en otras dimensiones y en un tiempo distinto. Aún cuando la mayor parte de los alucinógenos proviene de las plantas, algunos se derivan del reino animal (sapos, ranas, peces) y otros son de origen sintético (LSD, TMA, DOB). Su uso de remonta a la prehistoria, de tal manera que se ha postulado que la idea misma de la divinidad surgió como resultado de los sobrenaturales efectos de estos agentes. En general, el concepto de enfermedad o muerte por causas físicas u orgánicas les es extraño a los pueblos aborígenes, pues para ellos ambas son el resultado de intervenciones del mundo espiritual. Por lo tanto, dado que el curandero o el paciente tienen la posibilidad de comunicarse con los dioses y los espíritus por medio de los alucinógenos, éstos son considerados la medicina por excelencia de la farmacopea nativa: son más importantes que los paliativos y medicinas que actúan directamente sobre el cuerpo, por eso se han convertido poco a poco en la base de la práctica “médica” en casi todas las sociedades aborígenes.
Las plantas alucinógenas deben sus afectos a un número limitado de sustancias químicas que actúan de modo específico en alguna parte definida del sistema nervioso central. El estado alucinógeno normalmente no dura mucho tiempo: desaparece cuando los principios que lo causan son metablizados y excretados por el cuerpo; al parecer, hay una diferencia entre lo que llamamos “alucinaciones verdaderas” (visiones) y lo que podríamos denominar “pseudoalucinaciones”. Pueden provocarse condiciones muy semejantes a las alucinaciones mediante algunas plantas altamente tóxicas que alteran el metabolismo normal, de tal forma que fácilmente pueden desarrollarse condiciones mentales anormales. Algunas de las plantas con las que experimentaron los miembros de la llamada subcultura de la droga y que se consideraron como nuevos alucinógenos (p. ej. Salvinovin A) pertenecen tamién a esta categoría. De hecho, se pueden provocar condiciones pseudoalucinógemas sin ingerir sustancias y plantas; las fiebres muy altas provocan reacciones semejantes. Fanáticos religiosos de la Edad Media lograron inducir alteraciones tan profundas en su metabolismo mediante privaciones de agua y comida por periodos prolongados hasta llegar a experimentar verdaderas visiones y a escuchar voces en estas condiciones seudoalucinógenas.


Bibliografía: "Las plantas de los dioses", Hofmann Albert, Schultes Richard Evans, editado por el Fondo de cultura económica,1982, pgs. 10-14.  


jueves, 3 de enero de 2013

La generosidad del indígena; la medicina indígena



Mientras los médicos europeos de finales del siglo XV todavía se encontraban utilizando la sangrías y las sanguijuelas, sus colegas amerindios contaban con una farmacia de lo más compleja. Al contrario de los prácticos facultativos del Viejo Mundo, que trataban  los síntomas más que la causa de las enfermedades, los indígenas habían encontrado los medios de curar eficazmente cientos de enfermedades.
En algunas regiones, los amerindios además de conocer los usos medicinales de miles de plantas, habían instalado una red bastante compleja de especialistas. Con los aztecas, por ejemplo, diversos profesionales el trabajo médico: los tlamatepaticitl aplicaban los ungüentos y prescribían los medicamentos: los texoxotlaniticitl efectuaban cirugías; los temixiuitiani fungían como parteras; los papiani ejercían el oficio de yerberos y los panamacani distribuían los medicamentos.
Los aztecas impresionaron a los españoles por su talento de cirujanos. Los médicos autóctonos, entre otras cosas, cosían las heridas con agujas de hueso y cabellos humanos, e inmovilizaban las extremidades fracturadas utilizando férulas hechas de plumas, goma, resina o caucho. El estudio de los esqueletos encontrados en los sitios arqueológicos también demostró que los aztecas trepanaban el cráneo de los heridos para disminuir la inflamación del cerebro. En el Amazonas, lugar del caucho, los médicos igualmente habían utilizado jeringas compuestas de ese material para administrar ciertos tratamientos.
Con algunas excepciones, y pese a toda su ciencia, los amerindios quedaron impotentes frente a las nuevas enfermedades traídas de Europa. La malaria constituye una de tales excepciones. Esta enfermedad existía fuera de América desde hacía mucho tiempo, y constantemente causaba cuantiosas bajas. Tuvo que ocurrir el encuentro con el nuevo continente para que un remedio eficaz pudiera por fin combatirla. Ese medicamento milagroso, la corteza de la quinina, formaba parte de la farmacología tradicional de los amerindios del Sur, quienes se servían de ella para combatir las fiebres. Ellos la utilizaron naturalmente contra la malaria. En gran parte, fue gracias a ese tratamiento que los europeos pudieron colonizar América en gran escala: antes de la introducción de la quinina, por ejemplo, uno de cada cinco colonos virginianos moría de malaria durante el primer año de su establecimiento en el continente.
La ipecacuana es otro producto amerindio cuya importancia es indudable. Los primeros habitantes del Amazonas la preparaban con raíces de Cephalaelis ipecacuanha y de  Cephalaelis acuminaia, las dos son plantas emparentadas con la quina. La ipecacuana probó ser un tratamiento eficaz contra la disentería, enfermedad caracterizada por diarrea incontrolable que aún en nuestros días provoca la muerte a miles de niños en el mundo.  Debido a sus propiedades vomitivas, la ipecacuana también es utilizada en los centros de desintoxicación para ayudar a los pacientes a expulsar las sustancias tóxicas.
No hay que creer que los europeos no disponían de ninguna planta para curar sus enfermedades; todo lo contrario. Pero con frecuencia ignoraban los beneficios que ciertas plantas podían aportar hasta que los amerindios les demostraran su utilidad. Fue particularmente el caso de Cartier, el primer navegante francés que oficialmente penetró el Río San Lorenzo y se estableció durante el invierno de 1535-1536 en el lugar que posteriormente sería la ciudad de Québec. El Escorbuto no tardó en hacerse presente en el seno del pequeño grupo que estaba privado de comida fresca. 25 hombres (de 110) murieron antes que Cartier se decidiera finalmente a consultar con los indígenas que acampaban a los alrededores. Ellos le mostraron la manera de preparar la annedda, una tizana hecha de corteza y agujas de cedro blanco. Gracias a este brebaje, que contiene una dosis masiva de vitamina C, los hombres de Cartier se restablecieron en menos de diez días. Es un hecho que las prácticas y descubrimientos de los indígenas de América habrían contribuido mucho más activamente al avance de la medicina si los europeos hubieran prestado pronta atención a sus técnicas y terapias medicinales, como la tisana hecha de la corteza de álamo o de sauce para combatir los dolores de cabeza en el norte de América, pues esta planta contiene salicina, un ingrediente activo cuyas propiedades son similares a las de la aspirina, analgésico que los occidentales desarrollaron a precio de grandes esfuerzos de investigación y que no se puso en el mercado sino hasta principios del siglo XX.
Los amerindios tenían el secreto de otro tipo de medicamento que utilizaban desde tiempos muy remotos: los laxantes. Extraído de la corteza de Rhamnus purshiana, el purgante más popular en el mercado en la actualidad, lo utilizaron primero los naturales del norte de California y de Oregón. Muy suave, al contrario de sus primos europeos, la Cáscara sagrada (como la llamaron los primeros españoles que se instalaron en California) evacuaba completamente los intestinos en un lapso de ocho horas.
Aún cuando la aportación de los indígenas americanos a la medicina es muy importante, con frecuencia ha sido subestimada. Tal vez debido a que en el siglo XIX, cuando la ola de tónicos invadió el mercado de América del norte y Europa, los charlatanes abusaron de su reputación medicinal y la medicina amerindia fue perdiendo poco a poco su credibilidad. La imagen de que fue objeto el indígena guerrero en los albores del cine y los espectáculos de variedades durante la primera mitad del siglo XX, contribuyó igualmente a relegar  un segundo plano la imagen del indígena curandero.


Bibliografía: “La generosidad del indígena” dones de las Américas al mundo, Coté Louise, Tardivel Louis, Vaugeois Denis, Fondo de Cultura Económica, 2003, pgs 174-176.